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Monday, January 24, 2005

Siempre estuvo ahí

Efraín Salazar

Puntual, glamorosa, bellísima.
Su encanto desbordaba los límites del encierro artificial de esa ventana con vista a Río San Joaquín y sonriente me veía llegar todos los días, excepto los sábados, cubierta sólo por esa ropa íntima de encajes en lencería brillante.
Dientes perfectos.
Busto generoso sin de llegar a la exageración.
Cuello de cisne.
Pero sobre todo la sutil invitación en sus ojos profundos y misteriosos.
Detrás de ellos siempre imaginé el espacio -playa, bosque o habitación-, colmado de delicias.
Mujer de ensueño, angelical, hacia la que diariamente conducía sonriente sin importar el infernal congestionamiento del periférico que debía atravesar desde Las Torres de Satélite hasta el entronque con esa arteria esclerótica que penetra al Distrito Federal por Azcapotzalco, desde los límites de Naucalpan, a la altura del Toreo de Cuatro Caminos.
Pero un día, al llegar, no estaba.
La ventana aparecía vacía, sin la vida que por segundos nutrió mis sueños de varias semanas y maldije mientras un golpe de tristeza me invadía el alma.
Había desaparecido esa enorme fotografía publicitaria de ropa de mujer y en su lugar sólo habían dejado jirones de papel muerto.
Empleados del gobierno local desmontaban la base metálica.
Se la menté a López Obrador y a su programa de retiro de anuncios espectaculares.

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