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Monday, January 24, 2005

De sabor naranja

Eva María Ponce

Ellos no tienen siete vidas. Todas esas y más las han usado ya y siguen arriesgándose a establecerse en el mismo sitio sólo para ganarse unos cuantos pesos. Hasta parece una provocación, a ver quién puede más si la muerte o la suerte.
Cada mañana los dos hombres estacionan su camión lleno de naranjas e instalan un pequeño puesto en la esquina de Patricio Sanz y San Lorenzo. Los vecinos se asombran de que no hayan abandonado ese lugar, que parece maldito.
Y es que al menos dos veces a la semana, en ese preciso cruce, conductores ebrios, confiados o ignorantes que suelen creer seguras esas calles de la colonia, son actores de una trama ya muy vista.
Los vendedores son siempre los primeros en ver venir el choque y sobre sus frutas han quedado más de un coche golpeado y volteado, pero ellos siempre han salido indemnes. La gente apuesta sobre si sus itinerantes vecinos han sorteado el peligro o si al fin su terquedad les ha cobrado la factura.
Tal vez esos ambulantes prefieran contar de la vez que un “vochito” quedó llantas para arriba y cómo vieron salir a ocho maltrechos y apretados jugadores de futbol americano que al grito de uno, dos tres, colocaron de nuevo el vehículo sobre sus ruedas para volver a seguir su alocado camino.
También puede ser que deseen olvidar los alaridos de una mujer que pedía auxilio para ella y sus hijos. Y seguro que ni sabrán decir cuántas veces tuvieron que dar detalles a policías, agentes de seguro y paramédicos de los pormenores de accidentes que desde su “privilegiada” (¿o deberá escribirse privilegiada?) tribuna vieron.
Se suele decir que malo será cuando no se vea más jugo de naranja en las calles y a los dos buhoneros vendiendo a curiosos, accidentados y servidores públicos, pues parecería que la suerte ha decidido cambiar de esquina y buscar nuevos testigos.

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