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Tuesday, January 25, 2005

Navidad veraniega

EVA MA. PONCE

La familia tenía muchos problemas, el padre se había quedado sin trabajo y había muchas bocas que alimentar. Las perspectivas eran negras y la tensión y el miedo impregnaban la atmósfera. Llevaban casi cinco meses así y el dinero no alcanzaba.
Pero esa familia tenía algo muy especial y es que sabía enfrentar unida los problemas. Por ello no sorprendió el anuncio de la madre: “Será lo que Dios quiera. Pero nada de caras tristes, vamos a celebrar que estamos todos sanos y juntos”.
Y así, de la nada, unos comenzaron a limpiar y otros corrieron a la buhardilla donde se guardaban los arreglos de Navidad. Bajaron el árbol y las figuras del Nacimiento, colocaron el famoso disco de Ray Conniff sin el cual una verdadera Navidad era imposible.
No había dinero, así que no habría cena, ni regalos, ni adornos nuevos, pero eso no era obstáculo. No importaba que el árbol tuviera 20 años y que ya casi no le quedaran ramas, ni que las series funcionaran a medias. Todos corrían y reían.
Ese ajetreo fue de pronto interrumpido por el sonido del timbre de la casa. Quien tocaba era nada menos que el compadre favorito, ese que siempre llevaba dulces y pedacitos de queso en los bolsillos de su saco, ese que abrazaba fuerte y hacía cosquillas.
Por primera vez el sorprendido fue él. Vio aquella fiesta improvisada, habló bajito con los dueños de la casa y salió casi de puntitas mientras los chicos seguían bailando. Cuando lo buscaron, ya no estaba.
Menuda sorpresa se llevaron cuando a la hora lo vieron regresar cargado de refrescos, papas fritas y tres pollos rostizados. Claro que no iba a conseguir un pavo, ¡si apenas estaban en agosto!

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