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Tuesday, January 25, 2005

Lepra de película

Eva Ma. Ponce T.

En muchas ocasiones familiares, vecinos y totales desconocidos pensaron llamar alguna patrulla para darle un escarmiento que le durara al menos hasta el fin de semana siguiente.
El dueño del cine era quien más fobia le tenía en la colonia, sobre todo desde que un día lo atrapó junto a sus secuaces en una de sus tantas andanzas. Ellos compraron carne molida y se metieron a la sala y se sentaron en las butacas de atrás.
Cuando la película estaba en su clímax, se escuchó una serie de estornudos y una joven voz que exclamaba “esta lepra que no me deja en paz”. La mayoría siguió viendo el filme, pero en un sector la gente comenzó a agitarse y un grito femenino cimbró a la multitud.
Las entrañas de alguien quedaron derramadas en el suelo, los afectados gritaban que algo aguado, oscuro y maloliente les caía con cada estornudo y la gente comenzó a exigir que se encendieran las luces.
Los chiquillos pretendieron huir, pero los agentes de seguridad fueron más rápidos para detenerlos. Fueron hallados pedazos de carne molida lanzada desde atrás por los causantes de ese caos, quienes, con el paquete del alimento en las manos, no paraban de reír mientras sus víctimas describían el asco provocado por las municiones lanzadas contra ellas.
Sus padres fueron obligados a dar la cara por la caterva de malhechores. Y para variar, el nombre más repetido era el de Raúl, quien con sonrisa franca y desenfado absoluto admitía todo sin chistar, con la mente más en la próxima aventura que en el temporal castigo que se le venía.

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