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Tuesday, January 25, 2005

La amenaza blanca

La amenaza blanca
Eva Ma. Ponce T.
Aunque su linda cara de abuelita bonachona no hacía temer nada de ella, era una amenaza y si no lo creen pregúntenle a quienes se olvidaron de sus canas para recordarle a toda su parentela cuando tenían la desdicha de topársela en su camino.
Ella manejaba su “Peloncito” como una extensión más de su cuerpo, sin recordar que otras personas apreciaban sus automóviles y sus vidas tanto como ella a su “vochito” blanco.
Ahorró muchos años para viajar a Tierra Santa, pero cuando logró juntar dinero suficiente, la Guerra del Yom Kippur trozó la vida de cientos de personas y sus sueños. Algo frustrada pero jamás conforme, ella anunció que con ese capital se compraría un coche.
“¡Pero madre, que tú no sabes manejar!”, clamaron sus vástagos. “¿Con tu edad ya para qué?, cuestionaron sus hermanas. “Mejor compra algo que sí vayas a usar”, la exhortaron sus amigas.
Sin embargo, ella porfió y se compró al “Peloncito”. Y a los 67 años aprendió a conducir. Eso sí, nunca hubo poder humano que le hiciera entender que el coche debía arrancar en primera ni que había varias velocidades. Para ella todo se limitaba a la segunda y, cuando no había más remedio, a la reversa.
Y se lanzó a la buena de Dios, con una oración en la boca y su atención en lo que pasaba frente a ella. Así cruzaba avenidas sin fijarse en los autobuses en contraflujo ni quién tenía el derecho de paso.
Apesadumbrada preguntaba porqué le gritaban y hacían señas si ella a nadie molestaba. Santa abuelita y más santos sus vecinos que la aguantaban.
En silencio lloró cuando sus hijos, en nombre del bien común le quitaron el coche. El riesgo era ya demasiado. Tenía 82 años y la humanidad peligraba. Con todo y sus plateados cabellos y sus dulces ojos azul cielo, sus descendientes y los de los demás lo agradecieron por siempre.

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