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Tuesday, January 25, 2005

Un tractor a mil

Eva Ma. Ponce T.
Teresa era muy especial, no sólo por su enorme tamaño y su fornida complexión, sino también por esa forma de ver la vida tan campechana. Aunque debiera decir tan cubana, pues la alegría y entereza de la gente de la isla caribeña la heredó de sus padres, refugiados en México.
Desde lejos se le podía ver llegar, pues su cuerpo parecía un tractor avanzando a mil por hora y revolviendo el ambiente a su paso. Su voz era estruendosa, sobre todo porque casi siempre iba acompañada de las risas de sus compañeras, o de los gritos de los adultos que intentaban controlarla.
Un buen día llegó al centro de reunión sobándose una pierna. “Me acaban de atropellar”, nos dijo. Todas corrimos a ver qué le había pasado pero ella, flemática, sólo señaló: “allá afuera está el coche, todavía no se va”.
Al salir vimos a un pobre hombre, asustado y tembloroso, subido en su sedán blanco intentando avanzar. El golpe fue cerca de la llanta, que quedó chueca y difícilmente podía girar. Teresa sólo tuvo un moretón.
Otro día contó que la habían tratado de asaltar en la calle, cuando caminaba cerca de su casa. Ella llevaba una botella de refresco, de aquel tamaño familiar de vidrio verde, en cada mano. Y según sus palabras, se le acercó un “sotaco” que, amenazándola con un cuchillo, le dijo el clásico “dame todo lo que tengas”.
Ella, muy obediente, le dio lo que traía. Le reventó en la cabeza las dos botellas de refresco y se echó a correr. Cuando volteó, vio al frustrado asaltante tirado en el suelo, sobándose la cabeza.

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