Dragones
FERNANDO BRAVO
UNO
Abre un ojo a ras del piso. Decenas de piernas cruzan frente a sus narices. Es ya de día y el sol le provoca una fuerte comezón a lo largo de su brazo áspero de reptil. Con furia se levanta y sacude el cuerpo lleno de polvo. La gente se aparta. Lo mira con recelo.
Se rasca la cabeza sumergiendo los dedos entre los pelos de alambre. Con las mejillas tan negras como el carbón y la lengua enmarañada, bosteza y se despereza.
En medio de la avenida y frente a los automovilistas, con el rojo del semáforo como señal, su compañero escupe fuego. Se llena la boca de combustible, acerca los labios a una tea y sopla con fuerza.
Arde la calle.
-¡Orale Juan! ¡No te acabes la gasolina! –grita.
-Ya ni la haces. Es bien tarde.
-Sí, pero es que anoche no podía dormir.
-Pues no es mi problema.
-No, pero ya desperté.
Y se intercambian lugares.
DOS
Recorre el vagón del metro, arrastrando un pie. Extiende un bulto con vidrios y se quita la camisa.
-Soy un chavo de la calle. Duermo en una coladera y necesito dinero para comprar un pan o un litro de leche. Prefiero hacer esto a arrebatarle su bolsa o quitarle su cartera, como muchos lo hacen –dice, mientras se acuesta en los vidrios una y otra vez.
Los usuarios fingen ignorarlo. Unos dormitan, otros miran las ventanillas.
Termina su acto, se pone la camisa y continúa con su discurso.
-Un consejo de amigos, si tienen hijos quiéranlos mucho –dice.
Y vuelve a recorrer el vagón.
-Con lo que guste cooperar, con lo que guste cooperar.
Ninguna moneda es depositada en su mano.
Con fuerza golpea la puerta antes de salir. Todos voltean, mientras él flexiona el brazo, maldice y lanza llamas por los ojos.
UNO
Abre un ojo a ras del piso. Decenas de piernas cruzan frente a sus narices. Es ya de día y el sol le provoca una fuerte comezón a lo largo de su brazo áspero de reptil. Con furia se levanta y sacude el cuerpo lleno de polvo. La gente se aparta. Lo mira con recelo.
Se rasca la cabeza sumergiendo los dedos entre los pelos de alambre. Con las mejillas tan negras como el carbón y la lengua enmarañada, bosteza y se despereza.
En medio de la avenida y frente a los automovilistas, con el rojo del semáforo como señal, su compañero escupe fuego. Se llena la boca de combustible, acerca los labios a una tea y sopla con fuerza.
Arde la calle.
-¡Orale Juan! ¡No te acabes la gasolina! –grita.
-Ya ni la haces. Es bien tarde.
-Sí, pero es que anoche no podía dormir.
-Pues no es mi problema.
-No, pero ya desperté.
Y se intercambian lugares.
DOS
Recorre el vagón del metro, arrastrando un pie. Extiende un bulto con vidrios y se quita la camisa.
-Soy un chavo de la calle. Duermo en una coladera y necesito dinero para comprar un pan o un litro de leche. Prefiero hacer esto a arrebatarle su bolsa o quitarle su cartera, como muchos lo hacen –dice, mientras se acuesta en los vidrios una y otra vez.
Los usuarios fingen ignorarlo. Unos dormitan, otros miran las ventanillas.
Termina su acto, se pone la camisa y continúa con su discurso.
-Un consejo de amigos, si tienen hijos quiéranlos mucho –dice.
Y vuelve a recorrer el vagón.
-Con lo que guste cooperar, con lo que guste cooperar.
Ninguna moneda es depositada en su mano.
Con fuerza golpea la puerta antes de salir. Todos voltean, mientras él flexiona el brazo, maldice y lanza llamas por los ojos.
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