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Friday, January 28, 2005

Goliat y David

Fernando Bravo

Todas las madrugadas él estaba allí, al acecho, agazapado entre la larga fila de autos estacionados. Aunque David no lo viera sabía que estaba esperando, escondido.
Los coches le servían de parapeto para sus tropelías.
La primera vez casi se le salió el corazón por la boca al escuchar los ladridos de Goliat a un metro detrás de sí.
-¡Maldito perro. Sáquese! -gritó desesperado, en busca de una piedra jamás hallada en el momento indicado.
El animal, negro y de mediana estatura, lo seguía durante un trayecto de diez metros y se regresaba siempre al descubierto y a mitad de la calle, contoneándose de un lado a otro, con una especie de sonrisa en el hocico.
Casi todos los días era lo mismo. Y aunque David sabía la historia, a veces se le olvidaba. Somnoliento aún y con prisa era una presa fácil.
-¡Goliat, Goliat, quieto! -era el grito del amo cuando éste estaba afuera.
A veces David se proveía de piedras en las bolsas de la chamarra. Pero nunca logró atinarle por la dificultad de los autos estacionados. Además el animal se cuidaba mejor, adelantándose a sus aviesas intenciones.
Tras el susto y el enojo momentáneo imaginaba un escarmiento ejemplar, pero a los siguientes minutos se le olvidaba con el trajín cotidiano.
Una mañana de día feriado salió más tarde que de costumbre y al pasar la calle, vio a Goliat dar vuelta en la esquina, rumbo al callejón.
Era la oportunidad, así que corrió detrás de él, buscó en las jardineras y halló dos grandes piedras del tamaño de su mano.
Goliat estaba en inmejorable posición, de espaldas, olisqueaba sobras de comida en un rincón del callejón.
David tiró con todas las fuerzas a Goliat, la piedra pegó a diez centímetros de su cabeza y se rompió en la pared.
El animal no corrió, sino se quedó en el mismo sitio, el hocico pegado al suelo junto a las patas delanteras. Y moviendo la cola se puso patas arriba para orinarse del miedo.
David no se animó a arrojarle la otra piedra.
El perro se levantó y se fue con el rabo entre las piernas.
Desde ese día ya no fue lo mismo.
Ahora cada madrugada, en cada encuentro, Goliat sólo observa y se da la media vuelta, con la cabeza y los ojos agachados... al igual que David.

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