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Tuesday, January 25, 2005

La colina de los desamparados

GILBERTO QUIROZ

"El aire es frío y húmedo, me pega en la cara, no con furia pero sí con un insistente hedor de indiferencia, siento como si me abriera la piel. El hambre no me deja, pero sé muy bien cómo apagarla. Busco en mis bolsillos y encuentro todavía un ‘toque’ que debo guardar para cuando mi deseo sea más grande que la voluntad.
"Debería caminar derecho por esta calle, tal vez así llegue más rápido a mi destino. Algo dentro de mí dice que eso es lo correcto, eso es lo que debo hacer, a pesar de que los demás piensen lo contrario por verme caminar contra ellos y no con ellos.
Paulo viste ropas tan sucias que es imposible discernir el color que tenían cuando alguien las confeccionó. Sus ojos son tristes, pero en el fondo reflejan una chispa de superación. Es como si en su retina se vislumbrara un poderoso hombre de negocios, un abogado, un médico o un astronauta.
Con cada paso Paulo, las ideas se le atropellan en la mente. Su andar se vuelve torpe y autómata. Quizás la única parte de su ser que no se inmuta sean sus negros y revueltos cabellos. Ni el viento los mueve pues son tan chinos que asemejan una fibra negra sobre su cabeza.
El cielo da la impresión de que se soltará a llorar de una manera triste e incontenible. Pero ese ambiente no es nada comparado con lo que siente Paulo en ese corazón que, a pesar de su amarga vida, sigue noble y firme.
"La ciudad tiene un nublado que, pero la gente parece indiferente. ¿Acaso son de piedra?, ¿Acaso están muertos?, ¿Seré yo el que soy tan diferente? No lo creo. Me inclino a pensar que mi necesidad de ser feliz es lo que me diferencia del resto de esta gente".
Paulo tropieza con un pedazo de concreto que sobresale. Cae al piso y una de las personas le grita, al mismo tiempo que lo patea furiosamente hacia adelante, "quítate del camino mocoso apestoso". "Vaya, al menos responde para aventarme hacia su dirección, todos caminan muy rápido. ¡Están vivos! ¡Qué grata sorpresa!". Las lágrimas asoman a los ojos de Paulo, pero las limpia con sus manos llenas de mugre y aparece una estela negra que le cruza de una mejilla a otra.
"Yo estoy fregado pero vivo mi vida, mi tristeza y mi esperanza. Las disfruto a cada momento, no quiero pensar en el mañana como algo muy dulce y deseado".
Con sus quince años encima y su inseparable libro de filosofía bajo su brazo, Paulo se perdió pensativo por las calles de la ciudad de México.

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