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Sunday, March 20, 2005

Bum, bum, bum, ese sonido letal

Obed Collado

No me hizo ninguna gracia escuchar mis propios latidos en el oído interno izquierdo.
Sentí que eran el prólogo de un desenlace ridículamente no fatal para mi hermoso cuerpo, pero sí para mi horrible psique.
Los signos del gimnasio las vuelven locas. ¿No lo sabían?
Algo andaba mal. Yo, tan sano, tan "apachurro", (decían mis nenas). Escuchaba ese golpeteo siniestro. Ese susurro de muerte.
Me salí de la fiesta.
No sólo por la preocupación de ese maldito soliloquio en mi oído izquierdo que repetía de manera perfectamente rítmica (muere, muere, muere, muere...), sino porque estaba rodeado de "izquierdosos", y yo tan "derechoso".
Hermoso y guapo, pero pésimo pa' los trancazos...
Mi especialidad siempre fueron ellas. Tan hermosas, tan sensuales, tan perfectas.
Total que me salí, preocupado por mi quebrantable salud. Pero ella me alcanzó. Gritó mi nombre (que yo nunca le dije), y obedecí su voz que parece haberme dicho "detente".
Volteé. Me quedé helado. Dos chicas bellas me miraban (una flaca de hermosura etérea y otra flaca de belleza terrena). El instinto obnubiló mi razón y me arrojó a los brazos de una de las dos desconocidas, la que reaccionó extrañada como diciendo: "Y a éste qué le pasa".
La otra, lo hizo decepcionada. Balbuceó mi nombre, pero no la escuché (no quise).
La extrañada forcejeó conmigo hasta que deshizo el desesperado abrazo. Pero se quedó a mi lado.
Fue en ese preciso instante que el mortal sonido dejó de escucharse en mi oído "interno" izquierdo, y comenzó el "bum, bum, bum".
Era la segunda vez en esa noche (y en toda mi corta vida, ahora que lo pienso --siento--) que escuchaba a mi corazón.
Me asusté más de lo que ya estaba.
¿Quién no lo habría hecho?
Mirel (mi actual esposa) con sólo una extrañeza (y no con una tierna mirada como en otras historias) me hizo olvidar a mi eterna novia, que esa noche me susurró al oído en una fiesta realizada en la calle de Actopan, en la Roma.

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