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Tuesday, February 01, 2005

Reír y llorar en el Metro

EFRAÍN SALAZAR

Viajar en un vagón del Metro del Rosario a Barranca del Muerto, o a Mixcoac, al filo de las nueve y media de la mañana puede resultar cómodo y hasta divertido. A esa hora se puede encontrar a jóvenes rumbo al trabajo, que convierten el espacio en una salón de belleza ambulante..... Es una delicia ver a la desinhibida adolescente que con una cuchara, siguiendo consejos de la abuela, se riza las pestañas mientras bromea con el novio que la acompaña en el mismo asiento de espaldas al sentido del convoy..... También a la mujer de veintitantos años que en un asiento individual se pone rimel con maestría mientras el tren subterráneo se detiene con alguna brusquedad, acompañado del ruido de los frenos de aire como música de fondo...... Allá, en el extremo norte del vagón, otra mujer, iniciando también la tercera década de la vida, reparte maquillaje por los pómulos de un rostro aún firme al que la adversidad apenas le ha surcado las primeras marcas del tiempo..... En medio de este espectáculo vitamínico, hasta nos olvidamos por un rato de la falta de atenciones de los operadores del Metro y de su directora, Florencia Serranía, cuando en las llamadas horas pico nos mantienen a los pasajeros apretujados hasta por quince o veinte minutos entre una estación y otra, sin que nadie se digne explicar a los nerviosos usuarios -podrían usar el sistema de sonido- el motivo de la interrupción del servicio...... He visto a hombres mayores a punto de convulsionar, a mujeres orar y a nosotros mismos sudar frío imaginando que el compás de espera pudiera prolongarse hasta el final de los tiempos, sin que nadie en este “Gobierno de la esperanza” se apiade del usuario para explicarle brevemente de qué se trata, o mentirle y decirle que el servicio se reanudará en unos minutos, que tengan paciencia...... Sólo pedimos una pequeña atención para quienes, a determinada hora, viajamos tan incómodamente..... Por eso nos da risa cuando nos acordamos de la primera propaganda oficial del Gobierno de Manuel López Obrador que decía “primero los pobres”, porque cuando estamos atorados en el Metro, entre algunas de las estaciones de Zapata a Guerrero, quisiéramos apelar a toda la preparación académica, intelectual, emocional, humanitaria y el espíritu de servicio de Florencia Serranía, para hacerla recordar que aunque la chamba se la haya dado López Obrador está ahí para servir a los millones de usuarios que enriquecen la estadística. ¿O no?

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