Visitas nocturnas
Fernando Bravo
UNO
Van tres noches seguidas que mi abuelo llega a mi cuarto, me tapa y me palmea la cabeza. Yo finjo dormir mientras me da su bendición. Con el alma en un hilo lo veo salir y rompo en sollozos. Mi querido abuelo murió hace una semana.
DOS
Llego a casa. Dos de la mañana. Voy a la cocina por un vaso de agua. Escucho ruidos, una voz. En la sala una anciana de aspecto dulce, teje y canta una canción de cuna. Uno ojillos negros, brillantes, levantan la vista y me miran. Desconcertado, pregunto quién la ha dejado entrar. Ella sin contestar deja de tejer, se levanta, abre la puerta y sale.
Al otro día, mostrándole el mantelito abandonado de la anciana, le reclamo a mi casera.
-¡Jesús!, ¿usted también? –dice, y se da la media vuelta, persignándose.
-Vieja loca –digo en voz baja, con la piel erizada y el tejido de estambre temblándome en las manos.
TRES
Medianoche sin luz por un cortocircuito en la colonia. El perro aúlla, rasca el portón y se para de patas. No me deja dormir. Molesto, busco una lámpara e intento averiguar qué pasa. Salgo. Un mendigo con sombrero de pico y barba crecida, andrajoso, duerme en la puerta.
El perro ladra sin parar, pero no se acerca.
- Levántese, no puede dormir aquí -digo.
- Está noche viene la muerte por usted, amigo –dice-, pero no se preocupe que yo la espero aquí.
- Váyase pinche lunático antes que llame a la policía –digo enojado y lo empujo con el pie.
Se va tambaleante, con la luz de mi linterna pegándole en la espalda. Y antes de dar la vuelta a la esquina se desploma, mientras los perros de la cuadra aúllan a coro con más fuerza.
UNO
Van tres noches seguidas que mi abuelo llega a mi cuarto, me tapa y me palmea la cabeza. Yo finjo dormir mientras me da su bendición. Con el alma en un hilo lo veo salir y rompo en sollozos. Mi querido abuelo murió hace una semana.
DOS
Llego a casa. Dos de la mañana. Voy a la cocina por un vaso de agua. Escucho ruidos, una voz. En la sala una anciana de aspecto dulce, teje y canta una canción de cuna. Uno ojillos negros, brillantes, levantan la vista y me miran. Desconcertado, pregunto quién la ha dejado entrar. Ella sin contestar deja de tejer, se levanta, abre la puerta y sale.
Al otro día, mostrándole el mantelito abandonado de la anciana, le reclamo a mi casera.
-¡Jesús!, ¿usted también? –dice, y se da la media vuelta, persignándose.
-Vieja loca –digo en voz baja, con la piel erizada y el tejido de estambre temblándome en las manos.
TRES
Medianoche sin luz por un cortocircuito en la colonia. El perro aúlla, rasca el portón y se para de patas. No me deja dormir. Molesto, busco una lámpara e intento averiguar qué pasa. Salgo. Un mendigo con sombrero de pico y barba crecida, andrajoso, duerme en la puerta.
El perro ladra sin parar, pero no se acerca.
- Levántese, no puede dormir aquí -digo.
- Está noche viene la muerte por usted, amigo –dice-, pero no se preocupe que yo la espero aquí.
- Váyase pinche lunático antes que llame a la policía –digo enojado y lo empujo con el pie.
Se va tambaleante, con la luz de mi linterna pegándole en la espalda. Y antes de dar la vuelta a la esquina se desploma, mientras los perros de la cuadra aúllan a coro con más fuerza.
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