Las otras crónicas

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Thursday, April 21, 2005

Hay un hippie bajo mi piel

Fernando Bravo

Abro la ventana. La noche es una perla negra, una gran alfombra obscura para salir a bailar descalzo, contar las estrellas y ponerles nombres.
Tomo el teléfono y la llamo.
-Hola, ¿cómo estás?
-Bien y tú.
-También. ¿Qué haces?
-Nada.
-Te invito a bailar.
-¿A esta hora? Estás loco. Son las 10 de la noche. ¿a dónde quieres ir?
-Al Califa.
-¿A dónde?
-Al California Dancing Club.
-¡Qué naco eres¡ ¡Claro que no!
-¿A dónde propones? Sólo quiero verte.
-Mmmmm. Ven a mi casa y vemos. ¿Va?
-Va que va.
Durante las 5 cuadras que separan su casa de la mía, presiono los timbres y echo correr hasta llegar a cada esquina.
Llego frente a su puerta, con el cabello alborotado y envuelto en esa colonia que me regaló y que a mí me provoca un ligero mareo. Miro mi viejo reloj y le arranco las manecillas para que se detenga, pero increíblemente sigue su tic tac.
Toco.
Está bellísima. Un vestido azul, estampado, vaporoso, genial para las noches calurosas de primavera.
Metida los pies en zapatillas de tacón de correas cruzadas, ella sonríe.
Me abraza y la beso.
-Oye, ¿por qué no te arreglas la corbata, cambias de camisa, limpias tus zapatos y amarras tus agujetas, eh?
-¿Cómo?
-Estás con la misma camisa que hace 5 días; incluso tienes la marca de mi labial en la manga.
-Ya –digo, dándome cuenta de que tiene razón-, lo que pasa es que acabo de encontrar bajo mi almohada los aretes que le faltan a la luna, me salió un ojo de pescado en el dedo meñique del pie izquierdo y bueno, después de todo, aún hay un hippie bajo mi piel.
Estalla en risas, como casi siempre que me exige explicaciones y yo digo lo primero que se me ocurre.
-¿Bailamos?
-Claro.
La abrazo.
Y bailamos, y bailamos, quemando la noche como una varita de incienso, mientras los susurros de las estrellas gotean sobre nuestras cabezas.

Monday, April 18, 2005

Yo no fui, fue el gato

Gilberto Quiroz

La pelotita era colorida y llamativa. Tenía cuatro horas sobre la mesa de la sala principal, seguramente porque nadie estaba en la casa de los señores Godínez. Todos, a excepción de “Tiger”, habían salido en tropel entre gritos de alegría, por lo que sólo imperaba el silencio.
Un estrepitoso ruido terminó con la calma. La puerta de la calle se abrió de golpe y unos diez segundos después el jarrón chino de la abuelita quedó hecho pedazos. Casi al mismo tiempo la pelotita desapareció de la escena y un montón de niños entró con varias bolsas de chicharrones y papas. De tras de ellos alguien cargaba un pastel.
¿Dónde está la pelotita?, gritaron los niños soltando las bolsas sobre la alfombra. La puerta del baño se abrió y apareció Pedro. Fuiste tú, le gritaron a coro. “¿Yo qué, muchachos? Más se tardó en decir la frase que en verse levantado por piernas y brazos, mientras que otro de sus compañeros se montó sobre su abdomen. Comenzaron a aventarlo hacia arriba. “No, esperen. Por lo menos explíquenme que pasa”. Tú agarraste la pelotita, le contestaron.
Pedro no tenía ni idea de lo que decían. Sólo atinó a decirles que le dolía el estómago. Todos se miraron unos a otros y tras breves instantes lo depositaron suavemente sobre la alfombra. La pelotita es tuya pero... ¿no podrías haber esperado un poco?, le dijeron en un tono tranquilo. Pero muchachos, les contestó, en realidad no se de qué me hablan.
Los chicos se sentaron en círculo con actitud seria a lo largo del sofá para explicarle. “Cuando salimos no estabas tú. Dejamos una pelotita de colores sobre la mesita de la sala y además.... ¡Qué barbaridad¡ ¡El jarrón de tu abuelita! Encima de eso lo rompiste.... Molesto, Pedro alzó la voz. “Un momento yo no rompí nada y no he visto la pelota. Yo solo llegué directamente al baño porqué tenía una urgencia que no van a querer ustedes averiguar”. Bueno, Pedro, cálmate, le respondieron, a fin de cuentas era tuya y esperamos que te guste.
El teléfono comenzó a sonar con insistencia y en medio de un tenso silencio nadie se atrevía a contestar. La fiesta era sorpresa y los señores Godínez no sabían nada. Además de ello, había malas noticias para abuelita. Pedro reunió todo su valor y levantó el auricular. Bueno, dijo con la voz quebrada. “Hola mi vida. ¿Cómo estás? Ya no tardó en llegar a la casa. Si revisas bien te encontrarás con el gatito que tanto me pedías”. Pedro sólo atinó a decir “Gracias... abuelita....yo...yo... te espero”.
Cuando Pedro les contó todo a sus amigos, buscaron hasta que encontraron a “Tiger”. El animalito se había quedado dormido con la pelotita muy cerca de su vientre. La ternura embargó a todos y Pedro dijo sereno y seguro: Yo no fui, fue el gato. Pero el jarrón era lo que más valoraba mi abuelita.

Sunday, April 17, 2005

Antesala del Infierno

Obed Collado

"Esta es la primera".

Bebiendo cerveza, como todos los fines de semana, en la misma antesala del infierno.
Te preguntas dónde está tu diablita.
La respuesta es la misma de siempre.
Pero estás ahí, pequeño demonio, observando a los que creen pertenecer a tu misma raza infernal. Los analizas, los escudriñas cuidadosamente. Te crees un observador. Y entonces, diablillo, ¿por qué te sientes tan mal?

"Esta es la segunda".

Sigues. Insistes. Bebes como si eso te convirtiera en un ser AMABLE.
Pequeño demonio. Ningún mortal parece notar tu rojiza presencia.
Paradójicamente, eres tú el tentador de tantos pecadores que se van a casa (o al "cinco letras") felices.

"Esta es la tercera".

Cuánto has bebido diablito. La borrachera no merma tu capacidad tentadora de mortales que se sienten hermanos tuyos.
En esa cantinucha (que sólo tú sabes es una entradita del infierno), todo mundo va a sentirse "libre". Incluido tú, que en realidad estás ahí porque esa es tu chamba.

"Esta es la cuarta".

Extrañamente, hoy has ido al baño muchísimas veces.
Normalmente pasan "horas chela" para que eso ocurra, pero hoy, vas al baño dos veces por cada cerveza. Qué raro, insignificante hijo de Luzbel.
Como sea, no parece que haya nadie dispuesto a pecar usando tu infernal figura.

"Esta es la quinta".

Te "aplastas". No te mueves de tu lugar hasta que un par de señoras se saltan la parte en la que te hubieran guiñado el ojo y te piden, cada una, una cosa:
La más "viejosa", que la invites a cenar.
La menos fea, que la invites a bailar.

"Esta es la sexta".

Pequeño demonio. Has sobrevivido, una noche más, la noche de los mortales que creen que están en una cantina de mala muerte. (Nadie sabe que por ahí entras y sales de tu casa). Y resulta que tú última cerveza es la número 18. Pero para no perder la cuenta, en cada "cubeta" que te sirven, las pides una por una las chelas. Para evitar a los gorrones.
Por envidioso, los otros demonios a los que tanto quieres, hoy (ayer) no acudieron a ese portal del infierno que sólo tú y ellos conocen.
Y para acabarla. Tienes que pagar lo que consumes.

Wednesday, April 13, 2005

Batallas

Fernando Bravo

A Ruth, Sandra, Toño y americanistas.

UNO
Como un buen kamikaze crucé la línea enemiga. Tenía las costillas lastimadas por los codazos y las piernas marcadas de tachones. Podrido de rencor, ahora les haría pagar las afrentas.
Con el esférico cosido a los botines y el sudor perlando mi frente, sonreí
cuando el portero, último reducto, salió a mi encuentro, derrotado y con la desesperación en los ojos.
Dudé en disparar y acabar con su agonía, pero mi venganza tenía que ser completa y ahora jugaría un poco al gato y al ratón antes de darle el zarpazo final. Es la guerra, pensé sin remordimientos.
En ese momento una bengala pegó en su hombro y lo hizo caer en el campo.
Después todo fue confusión. El humo y un flash en la cabeza me nublaron la vista y me hicieron perder el sentido.

DOS
Salí del marasmo ante los gritos de Orteguita y Panchito, que con el suéter
del uniforme amarrado a la cintura me hacían señas de tirar raso y a la izquierda del guardameta, pegado a las mochilas que hacían la función de poste.
Un penalti. El marcador era 2-2.
Sonaba el timbre del fin del recreo cuando enfile al marco para pegarle con todas mis fuerzas a la pelota, pensando ya en las chaparritas y gansitos de premio a la salida de la escuela.
De tantas ganas clavé el empeine en la tierra, tropecé y caí de bruces, chocando la cabeza contra el suelo. Y de vuelta a la inconsciencia, en medio de las risas de mis compañeros.

TRES
Desperté acostado en la camilla. El médico me limpiaba con un algodón y decía: -tranquilo, no te muevas, fue una bengala que no te hizo mayor daño.
Sentí miedo. A ras de campo, el terreno ardía en llamas y desde las gradas llovían más bengalas, monedas y botellas. Miles de rostros enloquecidos de furia gritaban y saltaban.
Sonreí nervioso y cerré los ojos, pensando en un partido infantil de "coladeritas", donde el mayor temor era recibir un gol ya que tenía que quitarme la camisa y enseñar el costillar. Vi las calles lodosas después de las tormentas de junio, media docena de piernas en busca del balón con los zapatos rotos y las calcetas llenas de barro.
Y escuché claramente la voz chillona y débil de Orteguita que, con la autoridad de ser el dueño de la pelota, decía: "quien meta el gol gana, ¿sale?".

Tuesday, April 12, 2005

Por sus frutos

Efraín Salazar Girón

Ayer comí con un amigo conocedor del laberinto político nacional y quien hace años se liberó de la ingenuidad que a algunos seres humanos nos acompaña durante un tramo del camino.
Cuando las veredas de la charla nos llevaron al cacareado tema del desafuero y teniendo enfrente a uno de los bufones de ese espectáculo circense que tuvo su clímax el pasado jueves en el Palacio Legislativo de San Lázaro, Juan Molinar Horcacitas, exconsejero del IFE, hoy diputado panista ardiente defensor del estado de Derecho, nuestro amigo recordó que la política ha sido sucia desde el amanecer de la historia y que la búsqueda del poder siempre ha estado plagada de intrigas, celadas, patrióticas ejecuciones y asesinatos viles, como el de los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata, incluso entre hermanos de sangre o de partido.
“Así que si éste”, dijo en referencia a López Obrador, “esperaba que no lo tocaran, aunque muchas veces pidió que lo dieran por muerto, no sabe en dónde está metido, y si sabe, entonces por qué se escandaliza si a la mala, como dice, lo están tratando de hacer a un lado del camino”.
“¿Qué esperaba?”, “¿Qué lo llevaran a Los Pinos escoltado?”.... “En este baile de la política hay pisotones y fuertes, y si no le gusta que lo pisen, muy sencillo, entonces que no baile”.
Es claro que López Obrador lo que busca es la Presidencia de la República, el cargo público concentrador del mayor poder político en México y en ese camino se ha sabido valer de necesidades de la gente, como las de aquellos pescadores y campesinos afectados en sus tierras y aguas por Pemex en su natal Tabasco, y cuya exigencia de indemnización por la paraestatal el hoy desaforado encabezó en los años ochenta, recurriendo entonces al cierre de caminos y a la toma de instalaciones petroleras.
Hoy el de Macuspana no tiene empacho en sumar a su causa o “su proyecto”, a las redes ciudadanas de Manuel Camacho Solís, en su momento defensor de Carlos Salinas, lo mismo que antes a René Bejarano y su estructura en el Distrito Federal o capitalizar el abandono en que los gobiernos y los partidos políticos han mantenido a los ancianos de este país, para quienes en la ciudad de la esperanza López Obrador instrumentó una humanitaria ayuda de pensión alimenticia por la que un sinfín de estas personas le están profundamente agradecidas.
López Obrador quiere pues llegar a Los Pinos y para ello se ha valido y se vale de todo lo que se pone a su alcance en los sectores público y privado. Entonces no puede soslayar a sus adversarios dispuestos también a todo con tal de ganarle la partida.
Siempre ha sido así, que no se llame a sorpresa ni él ni sus seguidores. De otro modo, pasará por ingenuo o será presa de su vocación de mártir.

Friday, April 08, 2005

Ya no te quiero más

Fernando Bravo

UNO
Ardía en fiebre cuando me acosté. Soñé con un campo verde y un caminito de piedras lisas y arrullos de viento. Triste, con tu nombre grabado en el pecho y las manos manchadas de ausencia, empecé a voltear una a una las piedras, como un gulliver enloquecido, buscándote. Desperté sudando, con la uñas llenas de tierra, en una cama rodeada de botellas vacías, discos y libros deshojados.
Me invadió el miedo y grité tu nombre, pero sólo el eco repetido en tu par de zuecos de caoba arrumbados en la esquina me respondieron que no estás más, que te marchaste porque necesitabas tiempo para “madurar” .
Han pasado 11 meses, decenas de cartas, un agujero más en el cinturón, dos conciertos de Fito Páez y tres fiebres con fantasmas en las paredes.

DOS
No me siento bien. De tanto quererte ya no te quiero más. Y aunque eras la medida de mi amor, el acuerdo tácito era que me dejaras amarte y, a cambio, yo te permitiría que soñaras cada fin de semana con viajar a Europa en barquitos de papel y regresaras volando envuelta en polvos de ángel.
Tus besos sin locomotoras ni grillos ahora no llegan junto con el correo desde el Mediterráneo. Y yo me quedo paralizado, sentado en nuestra banca preferida del parque, con los brazos cruzados como flores sin mariposas ni mariquitas.
Una parvada de urracas cruza el cielo con malos augurios y me tapa el sol, bajo el cual no estamos tú y yo contándonos historias de princesas y magos.


TRES
Como una piedra rompiendo el húmedo silencio del pozo, ayer llegó la última carta.
“Ya no soy la misma. En un año he cambiado mucho e incluso no me reconocerías y quién sabe si todavía te sea una persona grata. Ahora tengo una responsabilidad que me hace ser menos impulsiva. Cuídate.
PD. No tengo una enfermedad incurable, no me he casado, no me volví lesbiana (aunque no estaría mal), ¿adivinas? Y bueno, sólo cuídate y gracias por todo, pues de tanto quererte... ya no te quiero más”.

Tuesday, April 05, 2005

San Lázaro

Efraín Salazar Girón

Caminando por el rumbo del Metro Buenavista, al filo de las dos de la tarde, no se percibe ese tufo de fin del mundo que se anuncian desde el PRD los profetas del Apocalipsis ante el inevitable desafuero de Manuel López Obrador mañana en San Lázaro.
No sucede lo mismo dentro de un microtaxi, donde protegidos de los candentes rayos solares escuchamos por la radio decir a Jacobo Zabludowsky que Emilio Chuayffet estima que hasta el último momento los diputados del PRI decidirán si ayudan a retirarle la inmunidad al tabasqueño para que un juez lo procese por presunto desacato a un amparo en el caso de El Encino, mientras el encabezado de un diario reza en una esquina que Manlio Fabio Beltrones afila la guadaña para darle mate al de Macuspana.
Disuelto a medias en el calor primaveral de la urbe, el mexicano luto por la muerte de Juan Pablo II a cuyas honras fúnebres está estimada la asistencia de 200 jefes de Estado y de gobierno, la suerte de López Obrador estará en manos de una centena de diputados del PRI, que son los que necesitan para ganar la partida el PAN y el Verde que ya están comprometidos con el desafuero.
Y mientras en el Palacio Legislativo siguen los cabildeos de último momento de Manuel Camacho, Ricardo Monreal y Pablo Gómez para tratar de abrir un resquicio de escape para el presunto desacatador, este aprovecha a recta final para darle con el látigo de sus desprecio a los integrantes de la LX Legislatura, al anunciar con bombo y platillo que hablará primero “ante el pueblo” –al que volverá a llamar a la resistencia civil-, y luego ante el Congreso.
Además, mientras el pueblo de clase media y del sector popular atraviesa por el cruce de Insurgentes Norte y Alzate o Eje Uno Norte, cerca de una parada en construcción del famoso Metrobús, si se alcanza a percibir el ambiente ese propósito del Peje de Gobierno de ser encarcelado para desde la celda hacer campaña por la presidencia de la República, en una copia quizá pirata de un Nelson Mandela totonaca.
Todo ocurre en un transitado punto, a varias estaciones del Metro del Palacio Legislativo de San Lázaro y a bastantes cuadras del Zócalo donde mañana comenzará tal vez la última batalla legal de López Obrador y mientras en la atmosfera se esparce una vieja rola de los Creedence, de una versión hechiza que un vendedor callejero ofrece en 10 pesos.


 

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